Por C.R.Luismël
Artículo publicado originalmente en Facebook el 19 de diciembre de 2016. Hoy lo rescato porque sigue siendo vigente.
Ayer, 18 de diciembre, se celebró el Día Internacional del Migrante, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.
Extiendo un saludo a todos aquellos que, como yo, tuvieron ese espíritu de dejar atrás la comodidad —o tal vez la incomodidad— de sus tierras, en busca de nuevas experiencias y desafíos. Un saludo a quienes escucharon esa voz interior y decidieron, con paso firme, marchar hacia lo desconocido, hacia lo incierto, hacia lo diferente y difícil, contando solamente con el valor como herramienta, la confianza plena en sí mismos y la valentía de afrontar lo que venga. Siempre con la frase “ni un paso atrás”, siempre hacia adelante, hasta conquistar lo deseado. Y, una vez logrado, quizás volver triunfantes, llenos de experiencias y con mucho que contar e inspirar. Porque al migrar, uno nunca vuelve a ser el mismo.
El ser humano siempre ha sido migrante. Incluso en los textos sagrados antiguos hay consejos y advertencias para los migrantes. En mi caso, la Biblia fue un recurso de mucha luz en momentos complicados, pero también encontré paz absoluta en libros de otras fes. Concluí que el ser humano es el mismo en todas partes, solo moldeado por las influencias de su entorno; la esencia permanece.
Recordaba, además, esas frases familiares, como el clásico “Donde fueres, haz lo que vieres”, que significa: respeta el lugar al que vas y no trates de imponer tus normas. O los consejos de mis abuelos, muchos también migrantes o hijos de migrantes. Mi abuelo materno solía decir: “No hay de qué preocuparse cuando estás bien con Dios y con la justicia.” La música también fue refugio; canciones de gente que pasó por lo mismo, en distintos idiomas, siempre reconfortan.
Migrante es todo aquel que se muda, dejando atrás un vacío en los que quedan… y llevándose un gran vacío interno también. Mudarse de continente, de país, de ciudad o incluso de barrio, son todos cambios profundos. En nuestros países —y en realidad en todo el mundo— abundan historias de quienes dejaron el campo o un pueblo pequeño para buscar futuro en grandes ciudades. Muchos son explotados, engañados, insultados… hasta que logran sus metas. Siempre he sentido un respeto enorme por quienes salieron adelante pese a las desventajas, incluso hablando otro idioma —quechua, aimara—. Ellos son bilingües, aprendieron el español, y eso es exactamente lo que uno vive al migrar a un país con otra lengua. Quién diría que luego me tocaría a mí. Por eso, lamento tanto cuando alguien se resiste a aprender el idioma del país que lo acoge.
Hoy tengo tantas experiencias, tanto que contar, tanto de qué reír. Y sé que mi camino no ha terminado. Sigo con ganas de migrar, de conocer más. Mi hogar ya no puede ser un sitio fijo; tal vez sigo buscando dónde echar raíces… o quizás sigo buscándome a mí mismo. Ese es mi espíritu.
Un abrazo a cada migrante, sobre todo a aquellos que migran por un sueño y no desmayan hasta conseguirlo, manteniendo siempre su dignidad, su ética y los valores de buena voluntad en alto.
— C.R.Luismël, 2016-12-19
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