Una reflexión mestiza sobre el «Día de los Pueblos Indígenas», por el 12 de octubre, día de la Raza.
Por. C.R.Luismël
Hoy recibí un correo en los Estados Unidos, anunciando el feriado por el «Día de los Pueblos Indígenas«.
Y algo en mí se removió.
No fue molestia, sino una sensación más honda: la de no saber si esa fecha me incluye o me deja fuera.
Porque, aunque soy mestizo —con raíces de casi cada continente— ese día parece hablar de otros.
De los que aún conservan su lengua, su territorio, sus costumbres.
De los que, pese al tiempo y la historia, siguen siendo originarios en sentido pleno.
Y, sin embargo, también pienso:
¿No somos todos, de algún modo, descendientes de esos pueblos? ¿No fluye en nuestras venas, aunque la hayamos negado, la misma sangre que un día fue llamada “india” con desprecio?
He caminado por aldeas Shipibas en Pucallpa y comunidades Matsés en Requena.
He visto su dignidad y su lucha por preservar su mundo. También he visitado Arizona, donde los descendientes de las tribus administran sus propias tierras y zonas turísticas, y a los Micasukis en Florida, que hoy son prósperos y poderosos.
Quizá ese día existe más por ellos que por mí, y está bien.
Pero no puedo evitar sentir que entre ellos y yo hay una frontera invisible.
Los mestizos vivimos en esa frontera.
No somos “first nations”, pero tampoco “caucásicos”.
El blanco nos ve indios.
El indio nos ve distintos.
Y a veces uno siente que no hay lugar fijo donde pertenecer.
Huamán Poma de Ayala lo intuyó hace siglos, cuando escribió que ya no era “indio” porque sabía leer y escribir.
Y los nativos amazónicos del tiempo de los franciscanos también lo decían:
indios eran los otros, los que aún vivían desnudos e iletrados.
Ser “indígena” se convirtió, entonces, en una etiqueta impuesta por quien necesitaba clasificar.
Por eso la palabra me incomoda.
No porque desprecie lo que representa, sino porque la historia la usó para encasillar y dividir.
Y aunque cambien los nombres —Colón o los indígenas, conquista o diversidad— el fondo sigue siendo el mismo:
una lucha por narrar quiénes somos, y quién tiene derecho a contarlo.
Quizá la mejor manera de honrar a los pueblos originarios no sea tener un feriado,
sino recordar que de ellos venimos todos, incluso los que ya no hablamos su lengua ni vestimos su ropa.
Honrarlos es reconocernos.
Y reconciliarnos con la herida del mestizaje, que no es vergüenza ni orgullo,
sino una verdad que nos atraviesa y nos define.
✌️
— Luismël

