Por C.R. Luismël
📍 Publicado el 6 de agosto de 2025
El pueblo de Santa Rosa del Yavarí, ubicado en la provincia de Ramón Castilla, departamento de Loreto, es territorio soberano de la República del Perú.
Lejos de estar olvidado, el Estado peruano mantiene presencia permanente en esta zona mediante un puesto de la Policía Nacional del Perú, cuyo trabajo es arduo y de alto riesgo, dada la complejidad de la triple frontera que comparte con Colombia y Brasil.
Santa Rosa en la memoria loretana
Desde hace décadas, los viajes desde Iquitos hasta Santa Rosa, Leticia (Colombia) y Tabatinga (Brasil) forman parte del imaginario de todo loretano. A bordo de los cruceros amazónicos, se accede a un corredor fronterizo de gran dinamismo comercial y cultural, donde las diferencias idiomáticas se diluyen entre mercados multinacionales, cafés brasileros, goiabas, chocolates Garoto, calzados de cuero y la popular y refrescante «Sangre de Boi».
Este “trapecio amazónico”, como se le conoce geográficamente, ha sido un punto neurálgico del desarrollo regional. Durante el auge del caucho (siglo XIX y principios del XX), por esta vía ingresaron maquinarias europeas, mosaicos portugueses y mercancías de lujo, transformando la arquitectura y economía de Iquitos y otros poblados ribereños.
¿Por qué se llama Loreto y no Amazonas?
El departamento de Loreto recibe su nombre en honor a la Virgen de Loreto, patrona de una de las misiones jesuíticas clave en la región, quienes jugaron un papel importante en la evangelización de la Amazonía. Aunque podría parecer lógico llamarlo “Amazonas”, Perú optó por diferenciarse de sus vecinos Brasil y Colombia, cuyos estados fronterizos sí llevan ese nombre.
La historia amazónica peruana, por cierto, fue muy distinta a la del resto del país. Durante la colonia, la selva tuvo una débil presencia virreinal. Fueron los franciscanos, jesuitas y agustinos quienes exploraron e interaccionaron con pueblos indígenas como los Shipibo-Conibo, Boras, Witoto, Matsés, entre otros.
Errores históricos del centralismo limeño
Durante gran parte de la historia republicana, el centralismo limeño mostró un limitado interés por la Amazonía. Esa falta de conexión política, económica y de infraestructura permitió el avance —en algunos casos incluso la apropiación— de territorios amazónicos por parte de naciones vecinas más decididas a integrar sus fronteras.
Pese a esto, los pueblos loretanos mostraron siempre una fuerte voluntad de integración al Perú. Fue la aviación militar —liderada por personajes como el teniente Alvariño, el pionero Juan Bielovucic y el empresario Elmer Faucett— la que conectó finalmente la Amazonía con el resto del país, especialmente tras los conflictos fronterizos del siglo XX.
Santa Rosa hoy
La ubicación de Santa Rosa, en una isla en medio del río Yavarí, la hace vulnerable a confusiones geopolíticas, especialmente cuando se interpreta la delimitación fluvial de forma literal. A diferencia de Tabatinga o Leticia, Santa Rosa carece de un aeropuerto y de infraestructura significativa.
Sin embargo, Santa Rosa cumple un rol vital como puerto fluvial y punto de entrada legal al Perú. Goza del estatus de zona franca: los productos que ingresan están exentos de impuestos si se destinan al consumo local, lo que facilita el comercio, pero también crea desafíos en control y desarrollo sostenible.
Iquitos y el sentimiento de abandono
En el siglo XX surgieron movimientos independentistas en Loreto, como la efímera “Junta de Gobierno de la Región de Loreto” en 1896 o el movimiento de 1921 que buscaba crear un estado federal amazónico. Sin embargo, el conflicto con Ecuador en 1995 reforzó el sentimiento patriótico: Iquitos y la Amazonía necesitaban del Perú, y el Perú debía proteger a su Amazonía.
El caso del Acre
Aunque el Acre fue parte del Perú y luego fue reclamado por Bolivia, su incorporación definitiva a Brasil en 1903 (Tratado de Petrópolis) se debió a la ocupación de colonos brasileños, muchos de ellos ex bandeirantes, en busca de caucho. La geografía favoreció a Brasil, cuyas rutas fluviales y planicies facilitaban el avance.
Perú, limitado por la cordillera andina y sin vías terrestres ni fluviales adecuadas, no pudo ejercer soberanía efectiva en esa región remota.
Leticia: una historia olvidada
Leticia fue fundada por peruanos y fue considerada parte del territorio nacional hasta principios del siglo XX. En 1932, un grupo de civiles loretanos, apoyados por sectores militares, recuperó Leticia tras ser ocupada por Colombia. Esto dio inicio a la Guerra colombo-peruana (1932–1933), que terminó en una mediación de la Sociedad de Naciones.
Aunque el Perú había ganado militarmente, el gobierno limeño optó por ceder Leticia a Colombia en virtud del tratado Salomón-Lozano (1922), recién implementado en 1933. Se alegó que la cesión ayudaría a resolver disputas limítrofes tras la Guerra del Pacífico y a asegurar alianzas internacionales. Sin embargo, la decisión fue profundamente sentida como una traición en Loreto.
¿Cómo se trazan las fronteras?
En el pasado, las fronteras se fijaban por referencias naturales: cerros, ríos, quebradas. Sin GPS ni cartografía moderna, los acuerdos eran vagos, lo que hoy genera ambigüedades.
El problema surge cuando los ríos cambian su cauce natural con el paso del tiempo. ¿Debe respetarse el nuevo curso, o el trazado original? Este debate técnico puede ser utilizado con fines políticos, especialmente por gobiernos con intereses estratégicos o populistas.
¿Tiene razón Colombia?
Decir que Santa Rosa pertenece a Colombia por estar “del lado del río” es una afirmación simplista. Las fronteras están definidas por tratados internacionales como el Tratado de Límites de 1922 y deben interpretarse según principios jurídicos y no con base en cambios naturales de los cauces fluviales.
Cualquier declaración en contrario, si no es acompañada por medios diplomáticos y jurídicos adecuados, puede generar tensiones innecesarias en una región históricamente pacífica y de cooperación.
Reflexión final
Santa Rosa es y ha sido peruana. Pero más allá de la soberanía, lo que está en juego es el respeto mutuo entre naciones vecinas.
Los pueblos de frontera conviven en paz desde hace décadas. En vez de reclamar, los gobiernos deberían invertir en desarrollo, educación, conectividad y sostenibilidad para que estos pueblos no sean vistos como “tierra de nadie”, sino como el corazón del futuro panamazónico.
C.R.Luismël
06.AGO.2025





